sábado, 2 de octubre de 2010

Recuento para no olvidar

Que bueno que me has pedido que lo cuente, Diamanda, porque voy comenzando a recordar y no lo voy a olvidar...

Desde que el presidente Calderón declaró la guerra en mi país hace cuatro años se han perdido alrededor de 28,000 vidas, muchos de ellos nada tenían que ver con el origen del conflicto; para el presidente el combate militar al narcotráfico era estrategia de legitimación de un mandato que le había costado mucho trabajo comprobar en las urnas y que dividió al país. No se le ocurrió mejor remedio que ponerse una chamarra y una gorra militares que literalmente le quedaban grandes y mandar a sus soldados a atrapar a los malos, vivos o muertos. Al sonido de los primeros tiroteos se comenzaron a dejar de escuchar las voces que pedían, que aunque sólo fuera por un sentido de verdad histórica y sin consecuencias legales en los resultados, se permitiera a la ciudadanía recontar los votos de una elección que había sido tan turbia.

Así, lanzados los perros, sin ninguna pista ni rastro de inteligencia, pero con la consigna de no ceder ante el enemigo y muchas armas para disparar ante el menor temor, comenzó un baño de sangre que ha dejado manchados nuestros sueños, machacadas nuestras conciencias y sumido en el miedo a todo un pueblo.

Se ha vuelto incomprensible esta guerra sin distinción posible entre buenos y malos, entre un bando y otro no han escatimado recursos para corromperse y lograr traiciones, muchos policías y militares, es sabido, trabajan para el narco, muchos narcos se acogen a la protección oficial para delatar a sus competidores o a sus mismos socios, si unos u otros llegan a pisar la cárcel parecen seguir prosperando, aunque nunca les dura mucho tiempo, desaparecen y llegan otros.

Los negocios de la droga y las armas, oficiales e ilegales, siguen fluyendo, son como la Hidra a la que cortándole una cabeza le aparecen otras dos. No se les agota la imaginación a las bandas criminales para conseguir la mayor crueldad en sus acciones, también se ha vuelto indispensable cubrir todas las ramas del negocio del crimen, pasando por el secuestro, la extorción, la trata de personas, el negocio del sexo, el robo. Ya no le duele a los criminales secuestrar, asesinar sádicamente y dejar tirados a 72 indocumentados (que son sólo los de esa ocasión) que en su intento de cruzar a los EU a través de México decidieron no volverse sus cómplices-empleados. Y así las cabezas, las pilas de cuerpos acribillados después de la tortura, los tiroteos al rededor de centros infantiles, en universidades, en fiestas de jóvenes que sólo querían festejar algún cumpleaños, en las oficinas de los presidentes municipales, de los jefes de policía, las familias asesinadas en sus coches por retenes militares asentados en las carreteras, los asaltos a viviendas y desapariciones de inocentes por parte de fuerzas federales, las granadas lanzadas por quién sabe quién en medio de la tradicional celebración de la Independencia en una ciudad importante de la provincia mexicana. Hoy no tenemos mucho por qué celebrar en el bicentenario de esa Independencia que ya no parece tan real. Los millones de dólares de uno y otro bando siguen circulando.

En muchos lugares no se sabe exactamente quién manda, y en otros muchos sí que se sabe y ese mando no es precisamente el oficial; se está volviendo un país de sólo dos opciones que implican permanecer vivo: huir o aceptar sus condiciones. Muchas ciudades de la república mexicana se encuentran en condiciones lamentables de violencia. Por citar un ejemplo, Ciudad Juárez, Chihuahua, famosa mundialmente por hechos de barbarie, está rozando ahora los límites de un infierno terrenal donde la muerte corre a mil por hora. Ahí los periodistas, otro grupo civil fuertemente golpeado y silenciado por ambos bandos guerreros, han tenido que llegar al punto de preguntar a los capos desde sus medios "¿Qué quieren de nosotros?" Mientras tanto, siguen muriendo ante los regaños de un gobierno que debería garantizar su trabajo y su seguridad.

La opción que salvaría a este país sería el reconocimiento de lo absurdo e inútil del alarde bélico puesto en marcha para sostener una prohibición que mientras más fuerte, mayor es la reacción que recibe y que sea como sea nos asume como incapaces de decidir libre y responsablemente sobre nosotros mismos; desviar el esfuerzo económico, ideológico, social y de vidas humanas que está costando esta guerra, en una mejor educación, alimentación y perspectivas de desarrollo humano, eso sería la opción, tampoco es tan difícil de saber.

Lo absurdo en un país tan hermoso como el mío es desear permanecer dentro de las sombras, el miedo y la muerte sin que nadie sepa o pueda decir cuándo... o si un día vamos a salir.

Así va, Diamanda, mi país en guerra.

 

calderon 

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